Cuando
comenzaron a aparecer los pósters de Casino Royale con la cara de
Daniel Craig, allá por el 2006, yo no callaba mi indignación. Para
empezar era rubio y su cara de pato encandilado me parecía indigna
para un personaje que admiré desde mi primera infancia. No lo bajé
de pendejo hasta que vi la película. Entonces no tuve más remedio
que aceptar el hecho de que no sólo no había decepcionado en el
papel, sino que había hecho una de sus interpretaciones definitivas.
En los cines se exhibió la última versión fílmica del 007 en el
2012. Esta vez el título es "Skyfall" y está dirigida
por Sam Mendes, el enorme director de "American Beauty" y
"Road to Perdition". Otra vez mis expectativas volvieron a
acumularse con mucha anticipación, pero esta vez para bien.
Desde
"Casino Royale" se notaba que la antigua franquicia había
asumido el cambio de épocas y las nuevas formas de hacer cine de
acción. Las películas sobre Jason Bourne habían dejado como
fetiches camp a la pluma explosiva y el carro invisible de Pierce
Brosnan (los excesos de antaño mejor ni mencionarlos). Cuando
"Quantum of Solace" se rodó todavía no se disparaba el
misil atómico llamado "The Dark Knight" y era de esperarse
que la siguiente entrega le debiera mucho al Batman de Nolan; a fin
de cuentas son personajes con muchas similitudes, aunque a diferente
profundidad. Las comparaciones no han cesado pero creo que en muchos
casos se deben más a la fascinación cuasi religiosa que ejerce la
saga de Nolan sobre sus seguidores que a las películas por si
mismas. Nolan supo darle seriedad y complejidad a los héroes
inocentes que existen desde mucho antes que MTV, pero nunca supo cómo
filmar una buena pelea.
Es
un hecho entonces que las películas de James Bond al fin supieron
adaptarse al cine contemporáneo. Creo que ahí se encuentra el gran
fondo de "Skyfall". Toda la película es un inteligente
homenaje a la vez que una muy entretenida película de acción; todo
sin caer nunca en el fan
service corriente
ni en la afectación pretenciosa que Nolan no siempre pudo evitar.
Los guiños y one-liners
están insertados con muchísima elegancia, mientras que las
secuencias de acción llegan a niveles muy elevados de elaboración
cinematográfica.
Las
películas "de espías" como James Bond son un producto que
parecía inconcebible sin la guerra fría detrás. En aquel entonces
los buenos (occidente, los valores capitalistas, el imperio, Su
Majestad) eran MUY buenos y los malos (los rojos totalitarios y
compañía) eran terroríficos. Actualmente -y se nos dice casi
textualmente en una parte de la película- esas líneas antaño tan
pulcras se han vuelto bastante opacas. El espionaje de la vieja
guardia, lubricado con exceso en los martinis y las mujeres, parece
un capricho nostálgico frente a la facilidad de hacer click en una
computadora. Es la misma disyuntiva entre ver una película en el
cine cuando se tienen todas las opciones al alcance de la mano o
entre salir con tus amigos a charlar en vez de pasártela viendo sus
fotos en Facebook. En ese sentido "Skyfall" es una
película que habla sobre sí misma: ¿Qué justificación existe
para hacer películas con el 007 como protagonista en pleno 2010, a
50 años de que Sean Connery le coqueteara por primera vez a Miss
Moneypenny? Ésa es la pregunta que Sam Mendes respondió con
eficacia, demostrando que hasta los clichés más anquilosados de la
cultura popular pueden tener nuevo resplandor cuando se ponen en
manos de la creatividad y el buen gusto.
"Skyfall"
conmemoró el 50 aniversario del James Bond fílmico de la única
manera deseable: con una excelente película. Después de haberla
visto, estoy convencida de que mientras el cine exista van a seguirse
haciendo películas del personaje con
licencia para matar inventado
por Ian Fleming.
Por
Samantha Salinas.
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