En
las distintas culturas mesoamericanas, los principales señores y los
guerreros prominentes eran a su muerte objeto de complejos ritos
funerarios. De acuerdo con su destacada posición social, se les
hacían ricas y abundantes ofrendas, se les ataviaba para su viaje al
inframundo, se llevaban a cabo diversos ritos para propiciar
adecuadamente su tránsito entre el mundo de los vivos y el de los
muertos y, finalmente, se les sepultaba. Se trataba de una ceremonia
en la que participaba activamente el resto de la sociedad. Entre
algunos grupos, como los purépechas y los mexicas, se acostumbraba
la cremación de los restos mortales de los soberanos, los que
posteriormente eran colocados en urnas funerarias.
En
la imagen: Cuando un señor purépecha moría, se le amortajaba y
colocaba en una parihuela para que lo vieran sus familiares, se le
ponían los objetos personales y de valor que en vida poseyó, y
después se le trasladaba en la parihuela hasta el pie de un templo,
donde se le incineraba. Los restos de la cremación eran colocados en
un bulto sagrado al que se le ponía una máscara de turquesa y se le
sepultaba al pie de un templo. (“Relación de Michoacán”, Lám.
XXXIX. Digitalización: Raíces)
“Exequias
reales”, Arqueología Mexicana Edición Especial 52.
Por Samantha Salinas
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